… Entonces leí aquellas palabras y de manera casi inmediata me sentí golpeado y no pude descubrir si fue por el poder de lo que leí o simplemente porque me sentí delatado y expuesto como nunca antes. Me golpeó tan fuerte que tardé mucho tiempo debatiendo entre escribir y compartirlo o simplemente reflexionar sobre lo que acababa de descubrir. Hace tiempo entendí que los talentos no se pueden silenciar, hay que ser valientes y ponerlos al servicio de los demás.
Los últimos meses los he dedicado a investigar y leer sobre el coraje, el valor, mostrarse a los demás sin máscaras y sin esperar agradarle a todo el mundo, de dejarte ver, de ser transparente, de contar nuestras historias sin temor ni vergüenza, con el mero propósito de conectar con otros que probablemente se encuentran en mi misma situación.
Hace mucho descubrí que el miedo no sirve de nada si no te impulsa a enfrentar miedos, a asumir retos o a desafiarte a ser mejor como ser humano. Por eso, elegí romper con el miedo y poner a producir los talentos con los que Dios me bendijo. Escribo desde que tengo 11 o 12 años, pero no fue hasta 2009 que comencé a publicar mis artículos en un website que ya no existe; así que en el espíritu de dejarme ver y tener coraje, aquí esta parte de mi historia.
“Oh hombre! Quién eres tú para pedir cuentas a Dios?” – Romanos 9, 20
Mientras leía este pasaje, sentí que mi corazón se encogía y sentía como la sensación de vergüenza caía sobre mí. Me he pasado la vida entera batallando con mis demonios: la autosuficiencia, la autodependecia, mi razón, entre otras cosas. Digamos que viviendo en el esfuerzo, y viviendo así, se sufre muchísimo porque es una lucha constante, donde el afán por la perfección y el idealismo son como una batalla a pulso con la voluntad de Dios, con el plan que El diseñó para mí.
“El alfarero es quien decide la utilidad de cada uno” –Sabiduría 15, 7
Cuántas veces me he atrevido a pedirle cuentas a Dios, a reclamarle por qué las cosas no me salen como yo las quiere o como perfectamente las diseñé para mi vida. En cuántas ocasiones le he dicho a Dios: “Tu llegas hasta aquí, lo demás me lo resuelvo yo”, o peor aún, le he cerrado las puertas a su bondad.
Este pasaje de la Escritura (Romanos 9, 20) me pone de frente a una necesidad que tantas veces he negado y que he querido borrar de mi historia de un soplón y a sabiendas de que Dios todo lo hace bien, mi lucha consiste en que yo no quiero eso que El diseñó para mí y por eso me atrevo a cuestionar y reclamar por qué, y en ese reclamo olvido constantemente que es precisamente esa la cruz con la que debo cargar todos los días.
Siempre que este combate se hace presente, recuerdo a Jacob y me imagino que yo soy él, sentado solo, a oscuras, en el valle del Yaboc, esperando a ver qué pasa; la única diferencia es que Jacob lucha por la bendición, yo lucho para que Dios me quite la bendición (la Cruz); y al final es una lucha en vano y sin sentido que me desgasta, porque en resumen, todo se traduce en que a Dios debo dejarle actuar, sin importar lo mucho que me cueste.
Ninguno de los que aspiramos a una vida Santa podemos escapar del plan de Dios porque: “si subo hasta el cielo ahí estás tú, si desciendo hasta la muerte ahí te encuentro. Me acosas por detrás, me atacas por delante y al mismo tiempo tienes puesta sobre mi tu mano” – Salmo 139, 8
Es muy difícil admitir que la perfección humana no existe y por más que lo intente, nunca nada será suficiente ni nada será bueno, pero eso es la enseñanza de esta palabra, hoy: no reclamar a Dios lo que por nuestra propia fuerza no podemos cambiar. El a cada quien le da de acuerdo a un propósito; mi área consiste en descubrir cuál es ese propósito y dejar los “por qué” porque en resumen, los “por qué” se vuelven porquerías y son un camino a ninguna parte.
Que esta sea la mejor parte, saber que nuestra lucha tiene sentido porque fue marcada con la Cruz de Cristo.
El coraje no es siempre es gritar; es seguir adelante a pesar del miedo y la incertidumbre.
Esperando ser un instrumento de ayuda para ti
Juacko