Un hombre judío estaba haciendo el viaje desde Jerusalén hacia Jericó. En el camino fue asaltado por unos hombres quienes les robaron su ropa, lo golpearon y lo dejaron casi muerto.
Un sacerdote también iba de viaje por este camino y al ver al hombre herido, cruzó al otro lado de la calle y siguió sin ofrecer ayuda. Un levita también pasó por ahí pero al igual que el sacerdote, cruzó la calle y se fue sin ayudarlo.
Después pasó un hombre de Samaria, un pueblo despreciado por los judíos. El samaritano vio al hombre y se compadeció de él. Tomó vino y aceite para limpiar sus heridas y después de haberlo vendado, lo montó en su cabalgadura y llevó a un alojamiento donde pasó la noche cuidándolo. Al siguiente día el samaritano le pagó al dueño de aquel lugar dos monedas de plata para que cuidara del judío y le dijo que si hubiera gastos adicionales le pagaría el resto la próxima vez que estuviera en el área.
Al terminar la parábola Jesús pregunto: ¿Cuáles de estos tres hombres fue el prójimo del judío? El experto en la ley respondió, «El que mostró misericordia». Jesús entonces dijo: «Si, vallan y hagan ustedes lo mismo.»
¿Quién es mi prójimo? Lo importante no está en saber sino en hacer
Prójimo no es el que yo busco, es el que viene de improviso, el que aparece sufriente, el que está ahí, cercano y caído, oprimido y sin vida.
Andamos por el mundo animados de muy buenas teorías de paz, amor, justicia; pero el hombre sigue tirado al borde del camino, desprovisto y casi exhausto. El prójimo es pequeño, cercano, próximo. Las teorías no liberan al hombre, sino las obras. Los teóricos pasan de largo ante lo concreto, que es lo único real, se sumergen en su idealismo y dejan, olvidan la realidad.
Lo que salva es vivir, hacer vivir y obrar como prójimo, no las teorías filosóficas de projimidad.
La mayoría de las oportunidades para servir a otros ocurren en el ámbito de la vida cotidiana. Las «buenas obras» no se refieren a un programa o una institución, sino más bien a un estilo de vida.
El samaritano no había salido por el camino a Jericó buscando a algún necesitado con el objetivo de realizar su «buena acción del día». Más bien, iba a Jericó para atender algún asunto que tenía que ver con su familia o los negocios en que estaba involucrado. El que aspira a estar involucrado en buenas obras deberá saber que las mejores oportunidades no se planifican, sino que vienen sobre la marcha de la vida.
Tendemos a «endurecer» el corazón, anestesiando la conciencia con la lógica de los egoístas: «Son tantos los necesitados; ¿qué puedo hacer yo? Además, si está en estas condiciones, por algo debe ser». El hacedor de buenas obras, no obstante, permite que su corazón sea conmovido por la compasión que viene de lo alto, la misma que tantas veces impulsó a Jesús a involucrarse con la gente.
La naturaleza abre millones de flores sin tocarlas. De igual modo, no se debe forzar nada para que las cosas sucedan en el momento adecuado.
Feliz Domingo
GRR